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Érase una vez en Hollywood: traedme una almohada, por favor

  • Por Meganoticias

La verdad es que me hubiese quedado dormido feliz. ¡Con los problemas que he tenido desde siempre para hacerme amigo de Morfeo!

Es muy raro que me pase en el cine. Cuento «El viaje de Chihiro», «El pianista» y un Bergman por ahí.

Además, en mi defensa, las butacas del Cineplanet son otro nivel de comodidad. Yo creo que ni la silla del señor presidente en La Moneda anda por ahí. La peleé en todo caso. Fui con dos excelentes ejemplos de mujer, compañeras de trabajo, que me hubiesen matado de verme con la nuca en reposo. 

Es bastante simple. Tarantino otra vez con el Spaghetti Western —ya iremos para allá—. Me caía bien esta efigie que se alzaba como un monumento de exceso y humor negro. Fue un lindo y corto romance con uno de los cines más violentos y artísticos a la vez. Crudeza pura. Sangre por sangre, realidad por realidad. «Perros de la calle» y «Pulp Fiction» ya son clásicos. Después, un «Jackie Brown» que lo entendí como un proceso de experimentación y, por supuesto se percibe y se agradece. Se permite. Es una de las tareas del Arte. Y ahí radica mi apreciación el día de hoy, pero con un gustillo color ocre.

Ya no hay nada de eso.

Con «Kill Bill», sin duda se dio un buen gusto, introdujo excelentes elementos donde ya se empezaban a perfilar estos nuevos ingredientes que, con tanto y tanto guiño, nunca me saturó, pero nunca supe tampoco si la película me quedaba extrañamente coja o curiosamente simpática, así es que levanté los hombros y dije bien para dentro “qué tengo que andar metiéndome yo”, que Quentin Jerome Tarantino haga lo que desee. Claro. Si hay libre albedrío, si hay nihilismo positivo, pasivo, cristianismo utópico, amoralismo, altruismo, personas que no creen en al amor, ¿qué tengo que hacer yo subiéndome a la micro por detrás?  

«Kill Bill vol. 2» no la terminé de ver, ni me asomé a sus películas por un buen rato.

Como conversaba con un compañero de trabajo, quizás, creciente amigo, me planteó cómo hacer para poder leer todo. Todos los libros. Por su puesto la respuesta fue muy rápida. Es sencillamente imposible. A lo que sugerí, por ejemplo, si no has leído un Fiódor Dostoyevski, agarra uno y empieza a leerlo. Si no te gusta, no es lo tuyo, déjalo. Pasa al siguiente. Ya tienes mil libros en cola como para obligarte a terminarlo.

Lo mismo con el Cine.

No sé en qué momento algo vi de «Inglourious Basterds». Pero no puedo ser muy objetivo ya que todo lo que tenga que ver con el régimen nazi, me fascina. Ahí estoy codo a codo con Quentin. La estética de la muerte me fascina. Esos abrigos negros, en esos autos negros, las calaveras en los cuellos de sus uniformes. No apoyo la muerte, ni tampoco a Adolfo. Seamos claros. Me atrae, seduce y sorprende cómo alguien, un grupo determinado, puede sembrar el terror a través de estos simples elementos. Una imaginería. Es cosa de ver Arte donde no siempre está a la vista. Hasta Pink Floyd toma de ahí. 

Una persona nefasta me metió al cine el año 2012 a ver «Django Unchained». Es que Tarantino es como el chocolate. Todos quieren. O ya, casi todos.

Más bochinche se sumó con «Los ocho más odiados» y ahora «Érase una vez en Hollywood». Y no se trata de una trilogía. Es como estar haciendo películas de Los templarios, Los templarios, Los templarios y dale con Los templarios. Shakespeare es motivo de estudio una vida entera. Hace rato que no veo una película buena de Tarantino. Una que me diga algo. Vibrar. ¿Dónde está lo nuevo? ¿Dónde está el riesgo? ¿La apuesta? ¿La propuesta?

El símil es ser músico, y hacer una y otra vez el mismo disco. Un eterno remix de las mismas 12 canciones.

Cansa.

Ya no hay otro tema. No hay matices. En «Érase una vez en Hollywood» hay una fuerte crítica al mundo de Hollywood. ¿Y cómo no si la película trata sobre un actor acabado y con pocas y nada de posibilidades en la ciudad de las grandes estrellas? No iban a hablar del plano del alcantarillado subterráneo. Es lo más fácil. Sin mirar en menos, por supuesto. Nunca. Hay un trabajo de actores, de productores, tramoyas, fotografía y un equipo gigante por detrás. Y el director se está dando el gusto de su vida al hacer lo que ama.

Sinceramente, con mi vanalidad, lo que me impresionó, es enterarme que Leonardo DiCaprio efectivamente va a envejecer. Ya no es el joven que bebía de aquella fuente donde se reflebaja su pálido rostro. Porque hay quienes no envejecen. O se quedan como atrapados en el tiempo. Bruce Willis ya no está envejeciendo. Nicolas Cage tampoco. Keanu Reeves: nada.  

Ahora, si bien Brad Pitt es un tremendo actor, contrario a lo que algunos podrían pensar sobre sobre su "bello" rostro o su "bello" cuerpo, algo hay que hace un tiempo lo veo actuar con las mismas muletillas. Ha adoptado dos facetas. El sensible y el macho que camina con el chicle en la boca. El que sostiene el cigarro con el dedo gordo y el índice. Aquí emerge el segundo. El de los lentes de sol que camina con su chaqueta al viento. 

DiCaprio está increible y sigue demostrando que es un actorazo. Multifacético. Pasa de un estado a otro con total normalidad. Lo hace parecer fácil. Desde lo álgido y estruendoso, a la calma total. Y viceversa. 

Me parece super bien que haya un juego con la figura de Charles Manson. Es una leña que amenaza con prenderse a todo fuego a lo largo de la película y que finalmente no cae en lo burdo que se infiere del personaje. Es más, Tarantino lo oculta, no lo muestra, para, finalmente dar un giro en 180° cuando debiese, verdadera y efectivamente, suceder el crimen de la Manson Family. Se olvida de Manson. 

Creo que Tarantino debería hacer un musical, con harta música como está acostumbrado a hacerlo y con sangre, mucha sangre y los disparos, las muertes y todo. 

Lo que nunca entendí —y está bueno no entender, porque pone todo en jaque— es porqué nuestro director no hace uso de su recurso favorito: arrojar la sangre en la cara y disparar con su pistola de cien balas. Me gustaría pensar que tiene que ver con no agotar el recurso. Estuvo tranquilo toda la película, solo en los últimos minutos es donde no podía renunciar a su poética. Y donde todos ríen, se tapan la cara, la boca y aplauden. Y es que en el fondo debe ser eso lo que busca el dealer y sus clientes. Encontrarse en la mitad de la noche, sentados en la última fila del cine, sin conocer sus identidades, esperando que la espuma más blanca del mar llegue a sus pies, con toda la basura, y bailar la danza macabra de personajes muertos en un mundo de vivos. Como si el mismo espectador fuese el pendenciero. Porque de eso se trata: de reflejarse.     

Quizás yo vi otra película. A veces pasa. O estaba soñando con cosas peores. Porque ahora que me doy una vuelta por la red, la palabra “sublime” y los pulgares hacia arriba están por todos lados. Pero no me extraña. 

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Zona tres datos: 

1.- Charles Manson grabró desde la cárcel el disco «Lie». The Beach Boys y Guns N' Roses han hecho covers de ahí. Manson estaba obsesionado con el «White Album» de los Beatles.  
2.- El perro de Polanski, que también matarón los miembros de "La Familia", se llamaba «Dr. Sapirstein», igual que el personaje de «Rosemary's baby», la última película que había hecho en ese tiempo.  3.- Al terminar la película, los aplausos y la ovación en el Festival de Cannes se extendieron por siete minutos. 

* El martes 27 de agosto van a pasar «Perros de la calle» en el Normandie, 21:00h, $1.000.-